Mayte leyó el resultado sobre Miguelito con las manos temblorosas.
Las letras parecían moverse frente a sus ojos.
El documento confirmaba algo que ella ya había presentido antes: su esposo no era el padre del hijo de Pamela. Sintió que el aire le faltaba.
Su mente se llenó de confusión, enojo y miedo. Todo apuntaba a una sola posibilidad: aquello era una trampa, una muy bien planeada.
Un nudo se le formó en el estómago. La rabia la recorrió de pies a cabeza.
No podía entender cómo alguien podía manipular de esa manera a Manuel.
Le dolía verlo envuelto en algo tan cruel.
Apretó el papel entre los dedos con impotencia, como si así pudiera deshacer la mentira.
Pero cuando levantó la vista y miró el rostro de su esposo, todo cambió. Lo que vio en sus ojos la desarmó por completo.
En ellos había dolor, confusión y una tristeza profunda que le partió el alma.
—¿Manuel? —preguntó con voz baja, intentando no quebrarse.
Él la miró, y con un temblor en los labios soltó una frase que la dejó hela