Manuel consiguió las pruebas de ADN.
El gerente no dudó en entregárselas; después de todo, lo conocía era parte de la familia de Milena Montalbán, y era tan poderoso: era nieto de la señora Montalbán.
Manuel sostuvo los sobres con la mano firme, pero por dentro una mezcla de alivio y tensión lo mantenía en tensión.
No era solo un papel: era la prueba que desarmaba mentiras y levantaba acusaciones.
Al salir de la oficina del gerente, se encontró con Mayte. Estaba pálida, asustada, como si escapara de algo o alguien, pero su mirada tenía determinación.
Sin una palabra inicial, volvió el teléfono hacia Manuel y le mostró el video que el guardaespaldas había grabado.
En la pantalla se escuchaban voces claras; se oían instrucciones y promesas de dinero. La evidencia se ofrecía sin vueltas.
Manuel se quedó inmóvil al ver y oír.
Primero vino la incredulidad, luego una rabia pura que le quemó el pecho.
No fue un grito contenido: fue un estallido que salió de lo más profundo.
—¡Maldito, lo mata