Martín estaba emocionado.
Por fin, su divorcio había quedado listo. El proceso había sido más rápido de lo que imaginó, con los cargos impuestos a Ofelia Linares, una mujer que en algún momento creyó amar, pero que solo le dejó un sabor amargo de decepción y culpa. Aquella etapa, marcada por el crimen y la mentira, por fin había terminado.
Era como si le hubieran quitado una piedra del pecho.
Esa noche, buscó a Mayte. Necesitaba hablar con ella, no solo por cortesía, sino por redención.
Cuando la encontró, ella estaba sentada en el jardín, contemplando la luna con una serenidad que a él le resultaba desconocida.
Martín se acercó con cautela, como si temiera romper ese silencio tan puro.
—Quiero pedirte perdón, Mayte —dijo con voz baja, pero temblorosa—. Te hice sufrir mucho. Juro que te quise, pero no te amé… no como lo merecías. Me arrepiento de haberte fallado, de haberte arrastrado a un amor a medias.
Mayte lo miró sorprendida, sin rencor, pero con un dejo de tristeza en los ojos. T