—¡¿Cómo es esto posible?! —exclamó Thea, con la voz rota, las manos temblorosas.
Ilse intentó sujetarla, pero Thea retrocedió un paso.
La mirada de la mujer se volvió fría, incrédula. Ilse tragó saliva, nerviosa, incapaz de mantener la calma.
—Thea… —susurró—. Martin tuvo un accidente. Esto… lo ha dejado con una discapacidad visual, pero…
No alcanzó a terminar. Thea apartó bruscamente su mano, como si el solo contacto la quemara.
—¿Por qué no me lo dijiste, Ilse? —preguntó con la voz cargada de rabia contenida—. ¿Por qué me lo ocultaste?
El silencio que siguió fue sofocante.
Manuel, que estaba detrás, dio un paso adelante. Sus ojos, antes llenos de respeto hacia su madre, ahora ardían de decepción.
—¿Dijiste que ella lo sabía? —rugió—. ¿Por qué nos mentiste, madre?
El rostro de Ilse se desmoronó. Las lágrimas comenzaron a acumularse en sus ojos, temblorosos, y su voz se quebró al intentar responder.
—Yo… solo quería ayudar —dijo, mirando a Thea con desesperación—. Te daré dinero, ayuda