La abuela escuchó todo lo ocurrido con Maryam. Apenas asimiló las palabras, su voz tembló de emoción y sus ojos se llenaron de lágrimas.
Caminó hacia Manuel y Mayte con el corazón apretado, y los abrazó con fuerza, como si quisiera protegerlos de todo el mal del mundo.
—Estoy tan orgullosa de ustedes —susurró con ternura—. Son buenos, son nobles. En esta familia aún queda esperanza.
El silencio reinó unos segundos, roto solo por el tic-tac del viejo reloj de pared. Pero esa paz duró poco.
La puerta se abrió bruscamente, y Ilse entró en la habitación con paso firme, los ojos llenos de furia.
—¿Qué es lo que están haciendo? —gritó, la voz temblorosa de ira—. ¡Esa niña no debería estar aquí! ¡Esa niña es el recuerdo vivo de una traición! ¡Deberían enviarla lejos, a un internado o a un orfanato, a cualquier sitio donde nadie vuelva a hablar de ella!
Golpeó la mesa con el puño, haciendo saltar una copa al suelo.
Manuel e Milena la miraron con horror, sin entender cómo podía tener un corazón