Al día siguiente, el sol se filtraba a través de las cortinas de la habitación, iluminando suavemente el rostro de la abuela.
Manuel y Mayte entraron con cautela, sabiendo que el ambiente estaba cargado de tensión.
Ilse, la madre de Manuel, estaba allí, su expresión grave y preocupada.
—Hijos… —murmuró la abuela con una sonrisa débil.
Pero Ilse no la dejó responder más. Comenzó a hablar en un ataque cruel contra su primogénito.
—Manuel, tienes que hacerte cargo del bebé de esa mujer.
Las palabras de su madre cayeron sobre Manuel como un balde de agua fría.
Mayte sintió que un escalofrío le recorría la espalda. El miedo y los celos la invadieron, una tormenta de emociones que la hacía cuestionarse todo.
La idea de compartir a Manuel con otra mujer, y con un niño que, aunque inocente, representaba un vínculo que no podía ignorar, la llenaba de angustia.
“Debo aceptarlo, ese pequeño es inocente. Debo quererlo, como Manuel quiere a mi Hernando”, pensó, pero su corazón se resistía a esa lóg