—¿Qué dices, abuela? —exclamó Manuel, incredulidad y desesperación marcando cada sílaba de su voz.
Su corazón latía con fuerza, como si quisiera escapar de su pecho ante la revelación que acababa de escuchar.
—Es que yo… quería unirlos —respondió la abuela, su voz temblando con la fragilidad de una hoja al viento—. Manuel, te negabas a acercarte a Mayte, aunque la amabas, y ella estaba encaprichada con Martín. Pensé que si los obligaba a pasar una noche juntos… ¡Me equivoqué tanto! Los puse a merced de una trampa, y todo salió mal.
Las palabras de la abuela resonaban en el aire, y Mayte dio un paso atrás, como si alguien hubiese lanzado hielo en su rostro.
El impacto de la verdad era devastador, y la confusión se apoderó de ella.
—¡Lo siento tanto! —murmuró la abuela, su voz quebrándose, mientras las lágrimas comenzaban a asomarse en sus ojos.
Manuel, sintiendo el peso de la culpa, se levantó del suelo con una determinación sombría.
—Eso ya no importa, abuela —dijo, su voz cargada de d