—¡Nunca me divorciaré de mi esposo! —exclamó Mayte, mientras cargaba a su pequeño hijo en brazos.
Su voz resonó con una firmeza que ocultaba la tormenta emocional que se desataba en su interior.
La determinación de Mayte era palpable, pero también lo era su vulnerabilidad. Sabía que la situación era complicada, pero no podía permitir que su familia se desmoronara.
Pamela la miró con rabia, una furia bullendo en su sangre, pero se sintió impotente.
Las palabras de Mayte la golpearon como un puñetazo en el estómago.
¿Cómo podía ser tan obstinada? Pamela creyó que esto sería fácil, pero ahora era imposible.
Mayte no se dejó amedrentarlo.
—De ahora en adelante, viviremos aquí, no tenemos a dónde ir, y tu hijo vivirá bajo tu techo —sentenció Pamela, su voz llena de una autoridad que intentaba imponer, aunque su interior se tambaleaba.
Era un intento de tomar control de una situación que se había vuelto caótica, pero su tono no podía ocultar la debilidad que sentía.
Manuel, de pie a un lad