—¡No! ¡Esto no puede ser! Déjame explicarte, Ilse, por favor —gritó Pedro, con la voz quebrada, sus ojos desorbitados, aferrándose al último hilo de control que le quedaba.
Ilse lo miró fijamente, los ojos enrojecidos por el llanto contenido, el rostro endurecido por el dolor y la decepción.
En un impulso, la rabia se apoderó de ella. Su mano voló con fuerza, y la bofetada resonó en toda la sala.
El golpe fue seco, certero. Pedro se quedó paralizado, con la mejilla marcada, sin palabras. En su mirada había una mezcla de sorpresa y humillación.
Martín se levantó bruscamente, su silla cayó hacia atrás.
—¡Madre! ¿Qué es lo que haces? —exclamó, incrédulo. Jamás en su vida había visto a sus padres de esa manera. Para él, su familia era sólida, perfecta... pero en ese instante todo se derrumbaba.
Ilse giró hacia él. Sus labios temblaban, y de pronto las lágrimas que había contenido todo ese tiempo se desbordaron.
Corrió hacia su hijo y lo abrazó con desesperación, como si necesitara aferrars