Mayte entró en la cafetería, el aroma del café recién hecho la envolvió, pero no podía disfrutarlo.
Su corazón latía con fuerza mientras buscaba al detective Larios.
Había estado esperando este momento, un momento que, aunque lleno de incertidumbre, representaba una esperanza.
Al verlo sentado en una esquina, su mirada se oscureció por un torrente de emociones: ansiedad, miedo y una chispa de determinación.
Se acercó, sintiendo que cada paso era un eco de su angustia.
—Aquí están las muestras para las pruebas de paternidad y el dinero —dijo, extendiendo los documentos con manos temblorosas.
—¿Puede ayudarme? —preguntó, su voz apenas un susurro.
—Claro que sí, señora Montalbán. No hay nada que el dinero no pueda hacer. En unos días tendré los resultados de la prueba de ADN —respondió Larios, su tono profesional y distante.
Mayte sintió un suspiro escapar de sus labios, una mezcla de alivio y desesperación.
Se despidió con un gesto y salió de la cafetería, su mente en un torbellino.
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