CAPÍTULO 65—LA PARTIDA DEL ALFA
La madrugada se desplegaba lenta, teñida de un gris azulado que aún no era día pero tampoco seguía siendo noche. En el patio central de la manada, las antorchas titilaban como luciérnagas cansadas, y el silencio era casi sagrado.
Khael estaba de pie, con el abrigo de piel sobre los hombros y el viejo medallón de los Alfas brillando en su cuello. Su mirada se posaba en cada rincón de Fuego de Luna como si quisiera grabar cada piedra, cada árbol, cada rostro antes de partir. No iba como líder, sino como hombre, y eso se notaba en la gravedad de su andar.
Nayara se acercó primero, envuelta en una capa blanca que resaltaba la intensidad de sus ojos. Lo abrazó fuerte, más fuerte de lo que hubiera imaginado. Su pecho tembló contra el de él.
—Volvé, papá —susurró, con un nudo en la garganta—. La manada puede esperar… pero yo no quiero perderte de nuevo.
Khael la besó en la frente, cerrando los ojos para grabar esa sensación.
—Voy a volver, hija. Est