CAPÍTULO — LAS HUELLAS DE ELIANA
Khael Lorentz corría bajo la luna. Sus patas golpeaban la tierra con la urgencia de quien siente que ya no puede esperar más. Desde que Nayara había vuelto, desde que el destino le mostró a su hija frente a los ojos, algo en su interior se quebró y se reconstruyó al mismo tiempo. Ya había vivido suficiente exilio, suficiente castigo por no verla, por ser ciego. Ahora debía buscarla.
El aire de la ruta ardía en su garganta, pero no se detuvo. Corrió durante horas, siguiendo el rastro invisible de la memoria, hasta que la ciudad apareció a lo lejos, iluminada como un enjambre de estrellas terrenales.
Cuando llegó a las afueras, se transformó. El cuerpo desnudo tembló por el esfuerzo, y se tomó un instante para atarse el cabello largo en la nuca, acomodar la barba espesa con las manos. El reflejo de un escaparate le devolvió el mismo rostro de antes, endurecido por los años, marcado por la soledad, pero igual. Él no había cambiado mucho. Su corazón tamp