CAPÍTULO 56: CARTAS QUE LA LUNA VE
Khael Lorentz, el Alfa de Fuego de Luna, caminaba al lado de su hija. No como líder. No como estratega.
Sino como padre.
La acompañó en silencio hasta su casa, dejando que el sonido de sus pasos se mezclara con el de las hojas secas que crujían bajo la brisa de la madrugada. Y, justo antes de despedirse, la miró con esa seriedad que hacía que la Nayara loba lo respetara como a nadie… pero que la Nayara hija temiera como cuando era niña y se sabía descubierta.
—¿Querés saber lo que pensé esta noche? —le dijo al detenerse en la escalera—. Pensé: “Esa es mi hija. Esa es la sangre Lorentz. Esa es la loba que soñé con tener cuando la Luna me dio el honor de tu existencia”. Pero también pensé: “Esa loba se confió. Esa loba pudo haberse muerto esta noche.”
Nayara bajó la mirada, como si la madera de los escalones pudiera absorber la culpa que le ardía en la piel.
Khael continuó, sin suavizar su voz, con esa firmeza que dolía, pero que también enseñaba: