CAPÍTULO 27: ELEGIR VOLVER, AUNQUE DUELA
El alba traía consigo una tibieza que no alcanzaba a calentarle el pecho.
Nayara abrió los ojos con lentitud, abrazada al silencio de su habitación, con las sábanas aún tibias por la noche revuelta. No había pesadillas, esta vez. Pero tampoco paz. Solo un murmullo constante en su pecho, como un eco que no cesaba: “ellos me miran distinto”, “ellos me desterraron”, “ellos me necesitan otra vez”.
La decisión la había tomado en ese banco de madera, con un helado derritiéndose entre sus dedos y una fila de lobos acercándose uno por uno. No a pedir perdón en masa, sino a mirarla a los ojos. A decirle su verdad. A hablarle a ella, no a la Luna.
Y eso… aunque le doliera, había tocado algo profundo.
Eligió salir temprano.
Mónica la esperaba en la cocina con una infusión caliente y un pan recién horneado. No le dijo nada. Solo le entregó la taza y la miró como quien sabe que cada paso que va a dar duele. Pero se da igual.
—Hoy me pidió verte