Sorprendida, abrió los ojos desmesuradamente, no daba crédito a mis palabras, pero yo no podía ignorar la sensación de desagrado que se había apoderado de mi cuerpo cuando ella hablaba.
Aquel hombre se había convertido en su juguete, lo había utilizado a su antojo y sin reparo, para desecharlo cuando ya no creía ni útil ni necesario.
Estaba consciente del amor del joven hacia su esposa y de su sufrimiento ante el rechazo y las palabras hirientes de ella. Quizás el egoísmo de la fémina no le permitía vislumbrar que estaba perdiendo a un gran hombre, marchando sin responsabilidad hacia la aventura de lo desconocido, pero para mí estaba claro: sufriría el derrumbe total de su mundo cuando se diera cuenta que la estabilidad que ya había tenido era quizás lo más importante de su vida. La locura solo era transitoria, la emoción por lo nuevo era tan efímera como la belleza y la pasión.
- Zaira, a veces marchamos hacia lo desconocido - expresé suavemente, tratando de calmarme - pensando