Un calor reconfortante me envolvía. Un peso agradable, pesado, me mantenía anclada. Abrí los ojos, perezosa, para encontrarme atrapada. No, no atrapada. Abrazada. Unos brazos fuertes, demasiado fuertes, me oprimían contra un torso duro como una tabla.
—Mmm... qué calor —murmuré, aunque en realidad, la sensación era embriagadoramente placentera. Mi espalda estaba pegada a su pecho y su brazo me cruzaba por el estómago, sujetándome con una firmeza que me hacía sentir segura, pequeña.
Un sonido estridente rompió la burbuja. Ring, ring.
El celular. Estaba sobre la mesita de noche. El mío. Casi aplastada por el Superman que me abrazaba, tuve que estirar el brazo hasta el límite, sintiendo cómo mis costillas se frotaban contra su abdomen. Logré alcanzarlo a tientas y contesté sin mirar.
—¿Hola? Buenos días...
—¡¿Buenos días?! ¡Mira la hora, Elara! ¿Es que no piensas venir a trabajar, maldita sea?
La voz furiosa de Cassian me taladró el oído. De golpe, me espabilé. Mis ojos se dir