Elara se despertó con una sensación de paz desconocida y peligrosa. El mundo exterior, con sus intrigas, sus pasillos de mármol y la amenaza latente de Marcus Sterling, se sentía infinitamente distante. Estaba acostada en el lecho de seda negra de Cassian, el hombre que le había robado y devuelto el alma, envuelta en el olor a limpio de sus sábanas y el perfume sutil y amaderado de su piel.
Se giró suavemente. Cassian estaba despierto, apoyado en un codo, mirándola. Sus ojos verdes, que el día anterior habían estado filtrando datos quirúrgicos y planificando tácticas de guerra, ahora solo reflejaban alivio y una ternura profunda.
—Buenos días, Doctora Vance —murmuró Cassian, su voz áspera por el sueño, pero carente de cualquier ironía profesional.
—Buenos días, Doctor Carmichael —respondió Elara, su voz todavía ronca. Ella levantó una mano y trazó el contorno de su mandíbula. No había ya el peso del resentimiento; solo la certeza de la verdad—. Anoche... la mentira se quemó por comple