Me levanto de la cama del hotel como si fuera una resurrección necesaria, pero dolorosa. El cuerpo me duele por el sexo crudo de la noche, una violencia emocional disfrazada de placer. La mente está afilada, pero el alma se siente en carne viva. Ryan duerme a mi lado, su respiración suave y rítmica. Su mano libre descansa sobre la almohada vacía donde, hace solo unas horas, estaba mi cabeza, buscando un ancla.
Lo miro. Es la bondad personificada, el refugio seguro, la promesa de una vida sin tormentas. Y en este momento, no lo necesito. Necesito el peligro, necesito la verdad brutal que solo Cassian puede darme, y la llave que solo yo puedo tomar. Me siento como una adicta regresando a su veneno favorito. Cassian es la tormenta; yo soy el caos que solo prospera dentro de ella.
Thorne. El ultimátum. Mañana al mediodía. El tic-tac del reloj es un taladro en mi cráneo. No puedo irme de St. Jude’s, no puedo dejar esta ciudad, hasta que sepa lo que Cassian escondió en ese cajón hace cinco a