La mañana amaneció tranquila en la mansión Smith. El sol entraba a través de las cortinas de encaje, iluminando con un brillo cálido las paredes claras de la habitación de Nara. Ella estaba sentada frente a su tocador, cepillando su largo cabello con una paciencia que solo reflejaba la importancia que le daba a ese día. No era un día cualquiera: iba a visitar junto a su madre las tiendas más exclusivas para probar vestidos de novia, y luego pasarían al bufete donde se probaría el banquete de la boda. Aunque Nathan no estaba interesado en esos detalles, ella todavía guardaba la ilusión de que, por lo menos, se apareciera en la cata de los menús.
Eleonor entró sin tocar, con esa costumbre maternal de no ver la puerta como un límite. Su voz sonó dulce, pero también cargada de entusiasmo.
—¿Ya estás lista, hija? —preguntó con una sonrisa, observándola a través del espejo.
Nara soltó un suspiro suave, dejando el cepillo sobre la mesa. Sus ojos, enmarcados por un maquillaje sencillo, parecí