El auto de la familia Smith se detuvo frente a una de las boutiques más exclusivas de la ciudad. Los grandes ventanales dejaban ver maniquíes impecables vestidos con sedas, tules y encajes que brillaban bajo las luces cálidas. El aire alrededor parecía impregnado de lujo y de ese toque de ensueño reservado solo para las novias que soñaban con un día perfecto.
Nara descendió primero, con el porte de quien había nacido para ser observada. Su cabello oscuro, recogido en un peinado bajo y elegante, dejaba al descubierto su cuello estilizado, y sus ojos reflejaban una mezcla de ilusión y nerviosismo. Eleonor, su madre, bajó detrás con una sonrisa satisfecha.
—Vamos, hija —dijo la mujer acomodando su bolso—. Hoy es tu día.
Dentro de la boutique, un ambiente silencioso y perfumado las recibió. Una dependienta joven, de porte refinado, se acercó enseguida.
—Señorita Smith, señora Eleonor. Qué gusto recibirlas —saludó con una leve reverencia—. La señorita Amelie, nuestra estilista principal, l