Episodio 1

La cena terminó con un silencio incómodo flotando en el aire. Nara se esforzaba en sonreír, como si con su dulzura pudiera disimular las grietas que había dejado la discusión. Logan había abandonado la mesa primero, arrastrando consigo esa aura de desafío que impregnaba cada rincón por donde pasaba. Nathan, en cambio, permaneció estoico, como si nada de lo ocurrido hubiera alterado su tranquilidad.

Cuando los criados retiraron el último plato y el vino fue servido por última vez, Jon Smith carraspeó suavemente.

—Nathan —dijo con voz grave—, ¿me acompañarías a mi despacho? Hay… ciertos asuntos que prefiero discutir a solas contigo.

Nathan se levantó de inmediato, con la compostura de un hombre que estaba siempre un paso adelante.

—Por supuesto.

El despacho de Jon era un santuario de poder. Paredes revestidas en madera oscura, estantes repletos de libros de derecho y economía, y un escritorio robusto que imponía respeto por sí solo. Al cerrar la puerta, el ambiente cambió: ya no eran anfitrión e invitado, sino dos hombres midiendo fuerzas en silencio.

Jon tomó asiento tras el escritorio, mientras Nathan prefirió permanecer de pie, con las manos cruzadas detrás de la espalda, observando un cuadro de cacería colgado en la pared.

—Es una pintura interesante —comentó Nathan con voz baja, casi indiferente—. Un ciervo acorralado por lobos. Curioso que la tengas en tu oficina.

Jon lo observó, intrigado por la frialdad del comentario.

—Me recuerda que, a veces, incluso el más fuerte puede caer si está rodeado.

Nathan esbozó una media sonrisa.

—O que los lobos siempre terminan devorando al más débil.

El silencio se prolongó unos segundos antes de que Jon acomodara los papeles frente a él y fuera directo al grano.

—Hablemos de lo importante. El compromiso con Nara. Confío en que todo marche según lo esperado.

—Mi palabra es ley, señor Smith —respondió Nathan sin titubear—. Su hija tendrá un lugar asegurado en mi vida y en mi apellido.

Jon asintió con un orgullo contenido.

—Lo sabía. Eres un hombre de palabra, y sobre todo, de resultados. Justo lo que necesito a mi lado para garantizar el futuro de nuestra familia y de nuestros negocios.

Nathan se giró apenas, clavando en él esa mirada helada que tan pocos soportaban.

—¿Negocios? Creí que esta conversación sería sobre su hija.

—Ambos temas van de la mano —replicó Jon con firmeza—. Pero antes de hablar de inversiones, hay otro asunto que no puedo ignorar… y es Logan.

El nombre cayó como una piedra en el despacho. Nathan arqueó una ceja, pero no dijo nada. Jon prosiguió, con un tono entre severo y resignado.

—Ese muchacho es un problema, lo sabes. Ha arrastrado nuestro apellido por el fango con sus carreras, sus apuestas, su falta de disciplina. Pero sigue siendo mi hijo… y no pienso abandonarlo a su suerte.

—¿Y qué espera de mí? —preguntó Nathan, con un dejo de fastidio apenas perceptible.

Jon se inclinó hacia adelante.

—Quiero que lo tomes bajo tu ala. Que lo aceptes en tu empresa. No como un favor, sino como un acto estratégico. Logan necesita a alguien que lo enderece, alguien a quien no pueda desafiar tan fácilmente. Y ese alguien eres tú.

Nathan soltó una risa seca, sin rastro de humor.

—¿Cree que su hijo indomable se adaptará a mi mundo? Los hombres como él terminan hundiéndose más rápido cuando se les da poder.

—Justamente por eso —replicó Jon con dureza—. Si alguien puede doblegarlo, eres tú. Si alguien puede hacer que entienda lo que significa la responsabilidad, ese eres tú.

Nathan caminó lentamente hacia el escritorio, apoyando una mano sobre la madera pulida. Sus ojos, fríos como acero, se clavaron en los de Jon.

—No me interesa ser niñera de nadie.

Jon sostuvo su mirada, sin retroceder.

—No te pido que seas su niñera. Te pido que lo conviertas en un hombre. Y si para eso debes aplastarlo primero, hazlo.

El silencio se volvió insoportable. Afuera, la lluvia comenzaba a golpear los ventanales, como si la noche conspirara con el peso de aquella decisión.

Nathan, tras unos segundos, se incorporó con calma.

—Muy bien, señor Smith. Lo aceptaré en mi empresa… pero bajo mis condiciones. No le garantizo que le guste el método.

Jon esbozó una mueca que se parecía más a una sonrisa amarga que a un gesto de alivio.

—No me importa el método. Solo quiero resultados.

Nathan asintió, girándose hacia la puerta.

—Entonces prepárese. Porque lo que su hijo conocerá bajo mi mando… no será precisamente misericordia.

El portazo resonó en el despacho como un pacto sellado en silencio. Y aunque Jon pensó que había hecho lo correcto, no imaginó que esa decisión sería el inicio de un juego oscuro, donde el odio y la tentación se entrelazarían hasta volverse inseparables.

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