De pronto Logan se encontró con un callejón sin salida, una pared alta llena de ladrillos y sin escapatoria.
—¡Maldita sea! —gruñó bajándose de la moto. Se quitó el casco y lo sostuvo con fuerza; esa sería su única arma para defenderse.
—Te lo dije, Smith —escupió uno de los hombres que lo perseguían, caminando hacia él—. Este mundo es un maldito pañuelo y no te ibas a librar de mí tan fácilmente.
Los demás también bajaron de sus motos, rodeándolo poco a poco.
—Han pasado cuatro años, pero sigues siendo un cornudo despechado —dijo Logan con un gruñido de desprecio—. Te lo dije: yo no sabía que esa zorra tenía novio.
El hombre soltó una carcajada seca.
—No es despecho, imbécil. Es orgullo de hombre. Te burlaste de mí en mi propia cara. Ahora voy a partirte la cara y me aseguraré de que lo pienses dos veces antes de meterte con mujer ajena.
Logan se puso en posición de defensa, sujetando el casco con ambas manos como si fuera un martillo. Los hombres se lanzaron contra él. El primero re