Nathan terminó de colocar la última gasa en el costado de Logan. La sangre había cesado, aunque aún quedaban moretones marcados en su torso y rostro. El silencio en el departamento era espeso, interrumpido solo por el sonido de las tijeras cortando la cinta adhesiva y el eco lejano del tráfico nocturno en la ciudad.
Nathan se puso de pie, con un suspiro contenido, y lo miró desde arriba, la sombra de su figura recortándose contra la luz cálida del salón.
—Ve a darte un baño —ordenó con voz firme, seca—. Voy a llamar al señor Smith para decirle que te di trabajo extra.
Logan alzó la mirada lentamente. Sus ojos estaban inyectados de cansancio, pero aún así brillaban con ese filo de rebeldía que tanto lo caracterizaba.
—No me voy a quedar —espetó, con la voz grave, llena de resistencia.
Nathan se inclinó hacia él, clavándole la mirada con un gesto que rozaba entre la paciencia y la furia contenida.
—No seas testarudo, maldito mocoso —gruñó, apretando los dientes—. Date una ducha y descan