Oliver se encerró en su habitación y suspiró aliviado cuando creyó sentirse a salvo y se tomó algunos segundos para reaccionar otra vez.
Recordó a Abigaíl y corrió al cuarto de baño para asearse.
No tenían mucho tiempo, pues tenían que estar a las tres en la universidad, así que se metió bajo el chorro de agua tibia y se lavó el cuerpo con prisa, conforme se cepilló los dientes.
En las afueras de la propiedad, Abigaíl aprovechó del tiempo a solas para revisar sus redes sociales, y se encargó de responder algunos mensajes que había recibido como saludo de cumpleaños.
Se asustó cuando una mujer se apareció ante ella, mirándola por la ventana del automóvil y le sonrió por obligación, pues no entendió muy bien qué quería.
—Hola —titubeó y levantó la mano para saludarla.
Estaba muy confundida.
Por acto reflejo escondió también el teléfono y es que uno de sus clientes más fieles le había escrito a su número privado.
—Eres Abi, ¿verdad? —preguntó la desconocida y la aludida asintió con ti