DALTON
Por un segundo, sentí que el aire se volvía denso, como si la oficina entera se hubiese transformado en una pecera y yo fuera el pez que acaba de darse cuenta de que la tapa está cerrada. Vivianne no dijo una palabra. Solo se quedó ahí, clavada en el umbral, con los hombros caídos y la mirada rota. Los restos de maquillaje y las ojeras profundas contaban una historia de lágrimas derramadas, de insomnios y derrotas recientes.
¿Hasta cuándo acabaría el drama en mi vida? Yo solo quería una vida en paz con mi chica.
Me quedé como una estúpida piedra, con los papeles entre las manos y un dolor de cabeza que se veía venir. Era una de esas escenas que nunca quieres protagonizar y que, sin embargo, sabes que el destino te las coloca enfrente solo para probarte a ver qué tan imbécil estás.
Vivianne cerró la puerta tras de sí, el leve clic sonando como una sentencia. Se quedó de pie unos instantes, como si estuviera decidiendo si decir algo, llorar, gritar o simplemente desmayarse sobre