DALTON
Despertar con Lía a mi lado fue como ganar la maldita lotería sin haber comprado el boleto. La luz se colaba apenas entre las cortinas del hotel, iluminando su piel desnuda y haciendo que todo en mi mundo se redujera a ese instante, a la manera en la que su cabello caía desordenado sobre la almohada y a la sensación cálida de sus piernas enredadas con las mías. Era demasiado perfecta, demasiado real, demasiado mía.
No aguanté ni cinco segundos sin tocarla. Me deslicé hacia ella, besando su hombro desnudo, el cuello, la mandíbula. La sentí removerse bajo mis labios y abrir los ojos, primero somnolienta, después divertida.
— Buenos días, jefe —. Murmuró con esa voz ronca y seductora que me volvía adicto.
— Buenos días, mi ingeniera favorita —. Le contesté, bajando la voz a un susurro justo al borde de su oreja. Sentí cómo se le erizaba la piel. Mis manos viajaron por su cintura, delineando cada curva como si la estuviera esculpiendo solo para mí.
Ella me recibió con una risa