DALTON
Maldito búho, hijo de pu**ta.
El brillo siniestro del búho seguía en el suelo, pero lo peor era el torbellino que mi madre estaba a punto de desatar. Paseaba de un lado a otro, llevándose la mano al pecho y soltando quejas dignas de telenovela, mientras Lía trataba de recobrar la compostura, corbata en la cabeza y todo.
— ¡Dalton! ¡Los Sinclair están furiosos! —Empezó mi madre, al borde de las lágrimas teatrales— ¿Sabes lo que eso significa? ¡Que puede haber represalias porque no llegaste a cenar ayer! ¡Ay, Dios mío! Todo porque estuviste cenando otra cosa. . . —Volteó a ver a Lía y se abanicó la cara con la mano—. En mis tiempos era solo en el matrimonio.
— ¡Mamá! —Le llamé la atención.
Antes de que yo pudiera decir algo más, Lía, en modo crisis-control, intervino con la mejor cara de “soy una ingeniera responsable y aquí no ha pasado nada”.
— Señora Keeland —, dijo, ajustándose la corbata con aire profesional—, entiendo perfectamente la gravedad del asunto y le prometo que ha