DALTON
El restaurante era una joya del exceso a los que estaba acostumbrado. Lámparas de cristal, meseros con guantes blancos y una carta tan grande que podría servir de paracaídas. Lía y yo entramos fingiendo que estábamos en una cena relajada, aunque todavía olíamos un poco a gasolina y a aventura clandestina por seguir a mi mamá. Elegimos una mesa al fondo, estratégicamente ubicada cerca de una columna, desde donde teníamos la vista perfecta para espiar sin ser vistos.
Debo admitir que mi mamá se veía espectacular. Nunca la había visto tan arreglada desde que antes de que se enterara de que mi papá le estaba siendo infiel. Vimos que estaba sentada con toda la dignidad de una reina coronada.
Lo que más me sorprendió fue la compañía que tenía. A su derecha estaba Diego Sinclair, tan impecable y carismático como siempre, movía las manos y sonreía con esa sonrisa de tiburón de negocios que le sale hasta en las fotos familiares. Y frente a ellos, Vivianne. La pobre y lamentable Vivianne