Mis lindos lectores, ¿qué opinan de Dalton? ¿Qué creen que va a conseguir con Lía? Los leo en comentarios ;) Síganme en mis r3d3$ $0c¡al3s me encuentran como Anna Cuher, donde podemos echar chismecito.
LÍAEntrar a la sala de juntas con las piernas, aun temblándome por lo que acababa de pasar en la oficina de Dalton era como lanzarse en paracaídas sin saber si el paracaídas está doblado o roto.Me senté junto al equipo técnico, con mi tablet en las manos y la garganta más seca que la soledad de mi cuenta bancaria. Traté de concentrarme en los porcentajes de crecimiento proyectado, en las metas del trimestre, en los put**tos KPI's, pero lo único que tenía frente a mí era la imagen de Dalton Keeland sonriendo mientras subrayaba mi cuaderno con su pluma de CEO maldito. La pantalla se activó con los gráficos del sistema, y entonces escuché esa voz tan. . . Desagradable.— No entiendo qué hace aquí la asistente —. Gerardo Frías, alias el programador con complejo de macho alfa que se indigna si una mujer sabe sumar, había llegado a la sala de juntas.— Tampoco yo, la verdad —. Respondí sin pensarlo. Luego sonreí—. Pero parece que el señor Keeland cree que mi presencia es útil. Imagino que
LÍASiete en punto. El reloj del pasillo marcó la hora con un clac tan estridente que casi me hizo volver sobre mis propios pasos. Inspiré hondo, repasando mi pequeño discurso mental “Sea profesional, pida el adelanto con firmeza, no piense en cómo le queda la chaqueta ni en los hoyuelos cuando sonríe.” Fácil en teoría, pero en la práctica mis pensamientos sucios por él, eran los que predominaban.— Lía, seriedad, por favor —. Me decía a mí misma como una plática motivacional—. Necesitas el dinero y él te debe más de la mitad de la quincena, que, por cierto, es eterna.Tomé aire y empujé la puerta de la Sala de Prototipos. Lo encontré de espaldas, traje azul marino, mangas remangadas y ese aire de CEO que parece nacer con él. Sobre la mesa brillaba el nuevo juguete de la compañía y mis ojos brillaron como los de una niña con un helado: un guante háptico conectado a un tablero de sensores, diseñado para controlar un brazo robótico de montaje fino. El brazo, sin embargo, estaba inmóvil,
LÍA— ¡Dalton! —La voz chillona y dramática retumbó en la Sala de Prototipos como si alguien hubiera abierto la puerta de una telenovela de los años dos mil con la intención de arruinar el clímax.Ambos dimos un respingo como si hubiésemos sido cachados en un acto de vandalismo. Me separé de él con la misma velocidad con la que una niña suelta el cuchillo cuando la mamá entra a la cocina. Y entonces la vi.Tacones altísimos, conjunto rojo que parecía una cortina de quinceañera, bolso de diseñador en una mano y un rosario colgando de la muñeca, en tamaño miniatura, como si se fuera a exorcizar el ambiente. Cabello inflado, maquillaje exagerado y esa ceja arqueada que anunciaba: vengo a pelear y me vale quién esté presente.— ¿Qué está pasando aquí? —Preguntó con un tono que era la mezcla perfecta entre indignación y show para televisión abierta.— Mamá —. Suspiró Dalton, pasándose una mano por el rostro—. No te esperaba hasta la siguiente semana.— ¿Mamá? —Repetí en voz baja, tragando s
DALTONDe todas las cosas que una madre podría hacer por su hijo, que mi mamá me consiguiera a una novia para casarme, era lo que menos me esperaba.Nunca fui un hombre de pensar en alguna relación seria o atarme a alguien de por vida. Aunque ver a Lía en modo bailarina era una adicción más fuerte que el azúcar.— ¿Prometida? —Repetí, sintiendo cómo la palabra me caía al estómago como piedra caliente y hacía una erupción en mi interior.— Sí, Dalton, no pongas esa cara —. Respondió mi madre, como si me estuviera diciendo que tenía una cita con el dentista, no una condena de por vida—. Es lo mejor para todos. Para la empresa, para tu imagen, y para ti.— ¿Y en qué momento pensaste que yo iba a aceptar algo así? —Me crucé de brazos—. Porque definitivamente no pienso casarme. Estoy bien con mi vida y no pienso que nadie interfiera.— Pues bueno, lo decidí desde el momento en que vi que tu papá dejó un fideicomiso con condiciones para ti.—¿Qué? ¿De qué estás hablando, mamá?— Del fideico
LÍAEl vestido blanco estaba sobre mi cama, lucía impecable con cada pliegue perfectamente alineado. La seda era tan suave que parecía fluir como agua entre mis dedos. Y sin embargo, cuando lo toqué, sentí el frío de una sentencia de muerte.Un nudo de pánico me cerró la garganta. Mi madre había insistido tanto en que lo usara esta noche. "Te verás hermosa, Lía. Radiante. Digna de tu apellido." Yo quería usa el ne**gro de Armani, que había estado esperando para ponermelo en una ocasión especial.Ahora entendía por qué la insistencia de mi mamá. El murmullo de dos empleadas llegó hasta mi habitación, cuando me disponía a salir, sin embargo, logré escuchar sus voces, que hablaban en bajito, antes de abrir la puerta.— Ya está todo listo para la fiesta de compromiso.— ¿Lo sabe la señorita Lía?— Aún no, pero no importa. El señor Monclova lo tiene todo bajo control. Será una sorpresa muy agradable para ella.Mi estómago se desplomó tan pronto escuché la noticia. No, no, no. Di dos pasos
LÍATenía el corazón acelerado por el miedo que tenía de escapar en medio de una fiesta para celebrar un compromiso que yo no pedí. Había logrado salir de la mansión sin que nadie me viera, y solo contaba con unos instantes para perderme y que no me obligaran a unirme a John Douglas. No supe cómo le hice para llegar a la casa de mi mejor amiga, que vivía a unos cinco minutos de la mía. Estaba casi segura de que no había sido invitada a la fiesta para que no me alertara de lo que estaba pasando. Necesitaba esconderme. Perderme y que todo el mundo se olvidara de mí. Toqué el timbre con los nudillos temblorosos. La casa de Natalia seguía idéntica con su fachada blanca, la herrería en color dorado, y las macetas colgando del balcón como siempre. Ella no vivía en una mansión como mi familia, pero su casa era la envidia de su cuadra.La puerta se abrió apenas un poco. Ella asomó la cabeza, sus ojos se abrieron como platos al verme. Eran poco más de la una de la mañana, cuando al fin ha
LÍADos mil horas. Noventa días. Doce semanas. O tres meses.Ese era el tiempo que tenía sobreviviendo a base de café soluble, tortillas frías y una terquedad que se negaba a rendirse. No me casaría con John Douglas así me esté muriendo de hambre. Literalmente lo estaba haciendo. Siempre había alternativas, y casarme con un criminal no era una de ellas. Me había logrado instalar en un cuarto de azotea que olía a humedad, y algunas veces predominaba un olor rancio en el aire. Como toda niña rica, no estaba acostumbrada a limpiar, así que tuve que ver tutoriales en YouTube. Él cambio era duro, pero no me rendía. Era mi libertad la que estaba en juego.Afuera, la ciudad rugía con su tráfico y sus vendedores ambulantes. Adentro, yo trataba de concentrarme frente a mi computadora, escribiendo líneas de código que apenas entendía con el estómago vacío. Había recuperado mi laptop gracias a Marcela, y con ella, mi proyecto. Ese pequeño universo de programación que alguna vez soñé que me dar
DALTONMi día había empezado como un efecto dominó y todo empezó con el pu**to dedo chiquito cuando me pegué en una de las patas de la cama.No estoy hablando de un golpe cualquiera, no. Me refiero a ese dolor maldito, ancestral, que te sacude el alma, te roba el aire y te hace cuestionarte si la vida realmente vale la pena.— ¡Mierda! —Grité, pateando el marco de la cama otra vez, por pura estupidez, y sí, me lo chin**gué más.Luego vino el tráfico. Una caravana infinita de idiotas pitando como si eso fuera a mover los autos. La aplicación del coche fallaba, Siri dejó de responderme, y para colmo, la radio decidió encenderse sola en una estación de reguetón.¡Reguetón! A las siete de la mañana. Definitivamente, el universo quería joderme.Cuando llegué a la oficina, ya tenía un humor de perros y ni siquiera había tomado café. Lo único que me esperaba era una sala llena de ejecutivos con cara de frustración y una pantalla proyectando errores en el nuevo módulo de predicción que lleváb