Una semana

LÍA

Tenía el corazón hecho un caos. Salí de la oficina de Dalton Keeland con las piernas temblorosas y el alma hecha pedazos. Su voz, su cercanía, ese roce que casi fue un beso, y luego la maldita frase escrita en mi cuaderno como si fuera una invitación al pecado.

“Si no lo recuerdas… podríamos repetirlo. Solo por claridad profesional.”

¡Claridad profesional, mis ovarios! ¡Madre mía! Lo que Dalton quería no era claridad. Era incendiarme. Consumirme. Y por algún motivo retorcido y estúpido. . . Yo quería quemarme con él. Aún no había agendado nada. No quería hacerlo, no sin antes meditarlo, porque sería la típica asistente que se mete con el ca**pullo de su jefe.

No sabía mucho de Dalton, más allá de que era estúpidamente guapo. Le gustaba tirarse a sus asistentes, y le gustaba tomar tres tazas de café al día, más negr**o que su alma. Ni siquiera sabía si tenía novia, estaba comprometido, o alguna vez tenía la intención de liarse bien con alguien y formar una familia.

Yo quería forjar
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