DALTON
Cuando crucé el pasillo, todo mi cuerpo era rabia. Mi Lía, rota debajo del escritorio, temblando, tragándose el llanto para no asustarme más, pero verla así me partió el alma. Era una imagen que jamás me iba a perdonar. El mundo podía venirse abajo, pero nadie iba a quedar impune después de tocar a la única mujer que me devolvió la vida.
No sabía qué era lo que había pasado, pero verlas así de derrumbada y tan vulnerable, fue una de las peores pesadillas de mi vida. Ya no estaba sola, y era momento de ponerle punto final a todo el desm**adre que se había hecho en la oficina, solo por habernos enamorado.
Empujé la puerta de la oficina de Cárdenas con tal fuerza que retumbó en el marco. Él pegó un brinco, sus manos se crisparon sobre la mesa y vi cómo los ojos se le abrían desmesuradamente, como los de un animal a punto de ser devorado. El tipo tragó saliva, las venas del cuello palpitando mientras yo me acercaba, paso a paso, como una sombra con la sentencia de muerte escrita en