LÍA
Despertar con el corazón acelerado, porque tan solo abrir los ojos y descubrir que el sueño que tuviste con tu jefe sí fue realidad, era una de las cosas que menos me esperaba en la vida.
El amanecer se coló por los ventanales como una burla. Ese azul pálido que pinta la ciudad antes de que el caos despierte, ese silencio que te deja sola con tu verdad. Me levanté del sillón con el cuello adolorido, la espalda como si hubiera dormido sobre grava, y el corazón hecho un nudo.
El saco.
Su saco, neg**ro, elegante, con ese aroma que ya era tan suyo: una mezcla de colonia cara, café y algo más, algo que me había quedado en la piel desde la primera vez que se acercó demasiado. Lo tomé entre mis manos. Por un segundo, solo uno, sentí que me abrazaba.
Como si ese saco fuera su manera de decir lo que no se atrevía con palabras. Pero yo no era una niña para creer en gestos sin acciones, y definitivamente no iba a consolarme con un pedazo de tela.
Me lo quité con cuidado. Lo doblé despacio, co