DALTON
El archivo del fideicomiso estaba abierto frente a mí otra vez y era como una estúpida maldición. Como si mirarlo, más veces fuera a reescribirlo mágicamente. Como si cada palabra legal pudiera volverse menos absurda, si la repasaba lo suficiente. Tenía que buscar a un buen abogado para eso.
Por lo pronto seguía igual de jodido y lo único que pensaba es que mi papá, que en paz descanse, seguía siendo un dolor de cu**lo. No sería Roger Keeland si no siguiera causándome problemas aun después de fallecido. Me lo imaginaba en una nube, tomando tequila y riéndose de mí.
“Legal y públicamente casado antes de los treinta y cuatro.” “Con una persona estable.” “Aprobado por el Consejo.”
… Y si no, el poder pasará a Elías Keeland.
Bufé como un toro frustrado, pasando las manos por el rostro, como si eso pudiera borrar las palabras, el peso en el pecho y, sobre todo, la condena que sentía cada vez que pensaba en ponerme un anillo sin amor de por medio.
— Casarme… —Murmuré— ¡Ni siquiera sé