DALTON
Mi mamá se había encerrado en su habitación como una adolescente enfurecida. No sabía qué tipo de pelea tuvimos porque no entendía sus intenciones. A mi lado, Lía me acompañaba con una calma envidiable, una mano sobre mi regazo, y sonriendo como si esto fuera parte de nuestra vida cotidiana, como si supiera que yo era un proyecto en riesgo de colapso.
Me estaba tratando de dar paz.
Yo, mientras tanto, tenía la cabeza en otro planeta, con las manos en el volante. O, mejor dicho, en la jungla peligrosa de las sospechas maternales. No podía quitarme de la cabeza la imagen de mi madre, en bata de plumas rosas, sonrisa sospechosa y el búho dorado todavía a su lado, como si fuera su nuevo amuleto. Algo tramaba. Y con Amanda Keeland, los planes nunca eran inocentes, ni se quedaban a medio camino.
¿A qué acuerdo había llegado con los Sinclair? Habló sobre mi boda, pero no dijo con quién. Un golpe frío en el estómago me dejó sin aliento.
Estaba tan absorto, repasando cada frase y gesto d