DALTON
Jamás en mi vida pensé que estaría tan agradecido de ver a mi madre en bata de plumas rosas, cantando rancheras y preparando huevos pochados como si estuviera en la final de MasterChef. Pero ahí estaba, moviéndose por la cocina con una energía sospechosamente desbordante, mientras Lía y yo la mirábamos como si acabáramos de descubrir a un panda tocando el piano en el refri.
Por dentro, sentía el corazón desbocado y la mente enredada. Habíamos pasado la noche buscándola como locos, con el alma en un hilo, y ahora estaba aquí bailando, cantando, como si no hubiera pasado nada. Madre mía ni siquiera fui a la dichosa cena con los Sinclair, otra vez.
Intenté relajarme, pero algo no cuadraba. Ni de lejos.
Me senté a la barra, mirando a mi mamá revolver la masa de hotcakes con tanto ímpetu que la mitad acabó en el mármol. Lía, por su parte, ya había entrado en modo sarcasmo nivel leyenda.
— ¿Seguro que no prefieres que le ayude con los huevos, señora Keeland? —Dijo con una media sonris