DALTON
De todas las cosas que una madre podría hacer por su hijo, que mi mamá me consiguiera a una novia para casarme, era lo que menos me esperaba.
Nunca fui un hombre de pensar en alguna relación seria o atarme a alguien de por vida. Aunque ver a Lía en modo bailarina era una adicción más fuerte que el azúcar.
— ¿Prometida? —Repetí, sintiendo cómo la palabra me caía al estómago como piedra caliente y hacía una erupción en mi interior.
— Sí, Dalton, no pongas esa cara —. Respondió mi madre, como si me estuviera diciendo que tenía una cita con el dentista, no una condena de por vida—. Es lo mejor para todos. Para la empresa, para tu imagen, y para ti.
— ¿Y en qué momento pensaste que yo iba a aceptar algo así? —Me crucé de brazos—. Porque definitivamente no pienso casarme. Estoy bien con mi vida y no pienso que nadie interfiera.
— Pues bueno, lo decidí desde el momento en que vi que tu papá dejó un fideicomiso con condiciones para ti.
—¿Qué? ¿De qué estás hablando, mamá?
— Del fideico