LÍA
— ¡Dalton! —La voz chillona y dramática retumbó en la Sala de Prototipos como si alguien hubiera abierto la puerta de una telenovela de los años dos mil con la intención de arruinar el clímax.
Ambos dimos un respingo como si hubiésemos sido cachados en un acto de vandalismo. Me separé de él con la misma velocidad con la que una niña suelta el cuchillo cuando la mamá entra a la cocina. Y entonces la vi.
Tacones altísimos, conjunto rojo que parecía una cortina de quinceañera, bolso de diseñador en una mano y un rosario colgando de la muñeca, en tamaño miniatura, como si se fuera a exorcizar el ambiente. Cabello inflado, maquillaje exagerado y esa ceja arqueada que anunciaba: vengo a pelear y me vale quién esté presente.
— ¿Qué está pasando aquí? —Preguntó con un tono que era la mezcla perfecta entre indignación y show para televisión abierta.
— Mamá —. Suspiró Dalton, pasándose una mano por el rostro—. No te esperaba hasta la siguiente semana.
— ¿Mamá? —Repetí en voz baja, tragando s