Daniel llegó muy tarde esa noche a su casa. No estaba ebrio, pero si demasiado satisfecho con la noche que pasó con aquella chica que conoció en el club. Estaba tan ido de sus pensamientos que incluso olvidó que tenía que preguntarle su respuesta a Serena.
Entró a su habitación, se dio una ducha y se puso su ropa de dormir. Cuando ya se iba a acostar en su cama, observó como la manija de su puerta comenzaba a girar. No sabía quien era, pero cuando vio a su prima con solo su bata de dormir, creyó que esa noche tendría doble diversión.
Serena llevaba una bandeja con alimentos y se quedó parada en el lumbral de la puerta, esperando a que Daniel le permitiera pasar.
—Me dijo la señora que le trajera esto, que se había ido sin cenar y que debía tener hambre.
Daniel entornó los ojos, esa anciana siempre metiéndose en lo que no le importa, pero estaba decidido a que eso no iba a opacar la sorpresa de tener a Serene, vestida así en su habitación.
Los oscuros ojos del chico recorrieron todo el