La empujó tan solo un poco hacia el sofá sin que sus labios dejasen los suyos, mezclándose con su sabor, barriendo su cavidad con plena libertad, mientras cientos de luces estallaban en su cuerpo y en sus entusiasmadas neuronas. La sostuvo de las caderas e interrumpió el beso para subir su cuerpo hasta el fondo del sofá, recostándola sobre uno de sus extremos y trepándose para ubicarse a los costados de sus piernas. Y entonces volvió a encontrarse con sus labios esponjosos y húmedos, que lo recibieron con total confianza, y continuó besándolo con necesidad, al tiempo que el beso se tornaba más y más intenso, al igual que la velocidad de sus respiraciones. Podría perderse en sus labios, en esos labios acorazonados y abultados que lo enloquecieron desde un primer instante y no hacían más que encenderlo cada vez que sentía su sabor delirante, apasionado y adictivo. Sintió sus brazos entrelazándose en su cuello y sus manos situándose su cabeza, acariciando sus cabellos y perdiéndose entre