Un silencio absoluto cayó sobre el claro, y en ese instante supe que mi acuerdo con Christian, por más que fuera un paso hacia la salvación, también me había puesto en una posición muy vulnerable, porque aquella figura desconocida había llegado justo en el peor momento, y ahora mi destino pendía de un hilo peligrosamente fino.
El aire se espesó, y la noche dejó escapar un suspiro que parecía presagiar lo peor. La figura misteriosa permaneció inmóvil, como una sombra descargada en la penumbra, sus ojos brillando con una intensidad que parecía atravesar la misma oscuridad del bosque. Sentí un vuelco en el pecho; la inseguridad, el miedo, y una chispa de desafío llenaron cada fibra de mi cuerpo. No iba a quedar en silencio ante esa amenaza.
Christian, con una reacción que parecía más instintiva que racional, dio un paso adelante, bloqueando parcialmente mi vista con su cuerpo. Sus músculos estaban tensos, pero en sus ojos había algo distinto, algo que percibí como una determinación renovada. La presencia de aquel extraño podía ser una amenaza, o quizás, una pieza clave en el juego que estábamos jugando.
—¿Quién eres y qué buscas? —preguntó Christian, con la voz en modo alerta, mientras la figura permanecía en calma, como si su presencia fuera una brisa que no podía ser perturbada.
La sombra se movió despacio, casi como si flotara, y con un movimiento sutil, disipó la distancia. La luz de la luna iluminó su rostro por un instante, revelando unos ojos llenos de inquietud y determinación. Sin pronunciar palabra, su presencia reclamaba atención, y en ese silencio, sentí que la historia que había estado tejiéndose hasta ahora apenas comenzaba a abrirse paso.
—Busco a Lina —la voz emergió, profunda, grave, con una fuerza que parecía arrastrar siglos de secretos—. Y no me iré sin ella.
La tensión en el aire se volvió un peso casi insoportable. Christian apretó los puños, y sentí como si estuviera en un campo de batalla emocional. La incertidumbre se mezclaba con un instinto primitivo que me decía que lo que estaba ocurriendo era solo el principio de algo mucho más oscuro y peligroso.
—¿Qué quieres de mí? —mi voz salió en un susurro, pero con firmeza.
La figura se detuvo, ladeó la cabeza y, lentamente, levantó su mano. En sus dedos, un tatuaje, un símbolo ancestral, comenzó a brillar débilmente a la luz de la luna. Pude distinguir líneas entrelazadas que formaban una figura enroscada, un engranaje rodeado de raíces, un símbolo que parecía vivo y respiraba con un pulsar propio.
—Este símbolo pertenece a un linaje que trasciende la historia —dijo la figura—. Es un sello que une tu destino con fuerzas ancestrales que ni siquiera imaginas.
Mi corazón se aceleró de repente. La visión del símbolo en el rostro del extraño era una revelación escalofriante.
—¿Qué significa todo esto? —preguntó Christian con voz ronca.
Christian frunció el ceño, tirándose ligeramente hacia atrás. Sentí que el amor, la rabia y la confusión se mezclaban en esa mirada profunda, y un escalofrío me recorrió el cuerpo.
De repente, un silbido distante cortó la quietud de la noche, seguido de un movimiento rápido en las sombras. La figura misteriosa, que hasta ese momento parecía imperturbable, se tensó y, en un movimiento casi imperceptible, desapareció en la penumbra, dejándonos en total desconcierto.
Christian tiró de mí suavemente, casi como si quisiera protegerme, mientras miraba hacia el lugar donde la figura había desaparecido. Pero no era solo miedo o precaución; había en su expresión una chispa de algo diferente, una especie de aceptación que no lograba entender del todo.
—¿Qué fue eso? —pregunté en voz baja, casi temerosa.
—Eso… —Christian tragó saliva, apretando los puños—, no sé, pero lo averiguaré —aquella promesa en tono de amenaza me dejó ver lo vulnerable que se sentía.
Christian era uno de los alfas más temido del continente, pero si ese ser se había atrevido a entrar en su territorio como lo hizo, significaba que no le tenía miedo y quizás, eso era lo que tenía a Christian con el rostro lleno de preocupación.
En ese instante, algo en sus gestos cambió. Movió la cabeza como intentando borrar sus pensamientos y me miró directo a los ojos. La unión física, la intensidad sexual que habíamos compartido momentos antes, ya no era solo un acto de pasión. Era una promesa sellada entre fuerzas mucho más peligrosas de lo que podíamos imaginar.
Christian me sostuvo por la cintura con una fuerza que parecía sacada de un instinto primario. Sus ojos, ahora oscuros como la noche sin luna, me miraban con una mezcla de deseo y dominio absoluto. Sentí cómo esa mirada me atravesaba, quemando cada fibra de mi ser, como si en ese momento, el poder de toda mi historia se concentrara en él.
—¿Quieres seguir jugando? —susurró, con voz más grave. La cercanía era casi insoportable, la tensión en nuestros cuerpos estaba a punto de estallar. El roce de sus labios en mi cuello fue como un incendio controlado, una promesa de algo más profundo.
Yo, con la respiración acelerada, me quedé unos segundos en silencio, evaluando esa ferocidad en él, ese control absoluto que parecía dominar cada músculo, cada pensamiento. Me gustara o no, esa noche Christian demostraba que su lado más salvaje no solo era un reflejo de su linaje de lobos, sino también del poder que se alimentaba de mi vulnerabilidad y deseo.
—¿Qué quieres de mí? —logré decir con mi voz entrecortada, entre la pasión y el desafío.
Christian sonrió, una sonrisa que no era solo de conquista, sino también de advertencia. Me tomó por la nuca y me acercó, lentamente, al borde de sus labios. La tensión se convirtió en un roce constante, un juego peligroso donde cada uno buscaba su dominio.
—Quiero que entiendas —susurró en mi oído— que no hay vuelta atrás. Lo que ahora compartimos no solo es pasión. Es un pacto que marcará quién controla a quién. Y tú, Lina, aún no sabes lo que estás a punto de perder.
Su mano subió hasta mi rostro, acariciándome con un toque firme pero lleno de una lujuria contenida. Mis ojos se cerraron por un momento, me entregué a esa sensación, a esa amenaza velada pero palpable. La tensión creció, se sentía en el aire, como si el mismo bosque guardara la respiración en anticipación.
—¿Qué va a pasar? —pregunté, jadeando, sin poder contenerme del todo, con la voz casi un susurro.
Pero Christian no dijo nada. Solo me tomó de la mano y me arrastró unos pasos hacia una zona más oscura del claro, donde la noche parecía esconder toda esa fuerza que nos envolvía. La arena fría bajo nuestros pies, nuestros cuerpos pegados, y esa mirada que no dejaba de devorarme, me hacían sentir vulnerable y, a la vez, más viva que nunca.
Entonces, en ese silencio cargado de tensión, Christian inclinó su rostro hacia mí, a punto de sellar ese momento con un beso que sería mucho más que un simple acto de seducción. Mientras nuestros labios se rozaban, sentí que la noche misma se detenía, y con ella, toda la historia que se había venido construyendo.