Entonces, en ese silencio cargado de tensión, Christian inclinó su rostro hacia mí, a punto de sellar ese momento con un beso que sería mucho más que un simple acto de seducción. Mientras nuestros labios se rozaban, sentí que la noche misma se detenía, y con ella, toda la historia que se había venido construyendo.
Pero justo en ese instante, un sonido agudo, casi como un silbido, cortó la quietud abruptamente. Christian se detuvo, su respiración se disipó y sus ojos se enfocaron en la oscuridad que nos rodeaba. La tensión en el aire, que parecía vibrar con cada latido de mi corazón, se multiplicó en un instante. La imagen de la figura que había aparecido antes, la que había llegado de la nada con esa presencia inquietante y llena de malicia, resurgió en mi mente con fuerza.
—¡Christian! —llamó una voz firme, proveniente de un hombre, alguien que luego entendí, venía del grupo de seguridad.
La formalidad en sus palabras y su tono de voz me dio a entender que era uno de los generales, uno de los que formaban parte del escuadrón que protegía el territorio de Christian. Él me miró con molestia apenas notó mi presencia, luego regresó la mirada y toda su atención hacia Christian, quien se apartó bruscamente de mí, su cuerpo estaba tenso como un animal acorralado. Me observó un instante con los ojos llenos de ferocidad y urgencia, sabiendo que esa interrupción significaba el fin de ese instante tan íntimo.
—¿Qué sucede? —preguntó, con voz gruesa. El hombre, con expresión seria, avanzó unos pasos para dirigirse a su alfa.
—Hemos detectado la presencia de seres no identificados dentro del territorio. Están entrando sin permiso. No podemos determinar aún quiénes son, pero hay demasiada actividad.
La noticia caló en mi pecho como un puñal frío, y mi cuerpo inmediatamente se puso en alerta. Recordé la figura que apareció antes, esa sombra que llegó en medio de la noche y que parecía absorber toda la energía a su alrededor. La conexión con esa presencia, esa sensación de peligro, se hizo aún más clara.
—¿Qué quieres decir? —pregunté, con la voz temblorosa, pero tratando de mantener la compostura.
Christian volvió a mirarme, y en sus ojos se reflejaba una mezcla de preocupación y decisión. Sin vacilar, se volvió hacia su general y le ordenó:
—Reúnan a todos. Debemos proteger el perímetro y revisar qué es lo que está entrando en nuestro territorio. No podemos permitir que esos seres, cualquiera que sean, nos tomen por sorpresa.
Mientras tanto, mi mente daba vueltas. La revelación del símbolo, la presencia del extraño, y ahora, esa amenaza inminente... Todo parecía multiplicarse en un torbellino de dudas. La certeza de que alguien o algo había roto la paz en ese enclave, y que esa misma presencia podía estar vinculada a la masacre de mi familia, era la única cosa que podía mantenerme en pie.
Christian, con su autoridad natural, se volvió a mí y me ordenó:
—Tú vienes conmigo —yo solo pude asentir llena de nervios.
Debo admitir que lo que más me impresionaba en ese momento era la forma en que él parecía tan calmado y a la vez tan preparado para todo. Yo, en cambio, sentía que el miedo se apoderaba de mí.
Christian caminaba firme, con esa confianza que siempre lograba transmitir, mientras el general me seguía de cerca. Caminamos a paso rápido hasta llegar a la entrada del pueblo, oculto bajo tierra, era más que un secreto; era un refugio ancestral de la manada, un lugar que latía con energía propia, con sus caminos y salones que solo los auténticos lobos de su clan conocían.
Desde ese punto, nos dirigimos hacia el corazón de la aldea. La entrada, custodiada por guardianes enormes y un aura de fuerza ancestral, se abría solo después de que Christian les concediera su permiso. La sensación de cautela, de intriga, aumentaba con cada paso, y me preguntaba si realmente estaba preparada para lo que me esperaba allí.
El territorio era un laberinto de pasajes y cámaras subterráneas, toda una ciudad oculta bajo tierra, con construcciones que parecían crecer orgánicamente desde las rocas. La pureza del ambiente, la protección de las paredes de piedra y la presencia de las personas a mi alrededor observándome con cautela, me hacían entender que allí solo podían ingresar los que habían sido aceptados, que solo así lograban sobrevivir en ese mundo de sombras y luces.
Finalmente llegamos a un enorme edificio, una especie de centro de mando, donde Christian se detuvo. Sin decir palabra, asintió en señal a las lobas que se acercaron a su encuentro, y estas, con respeto reverencial, se apartaron para abrirle paso y que me dejara sola con ellas. Algo me decía que era una manera de ponerme a prueba.
Las hembras me miraron con una intensidad que recorría toda mi piel. Algunas me recibieron con cierto calor—mujeres maduras y suaves, que seguramente habían visto muchas cosas en su vida, y que parecían aceptar mi presencia sin demasiados prejuicios. Sin embargo, en el grupo, dos jóvenes, hermosas, con ojos llenos de descaro y un aire de arrogancia, me observaban con desprecio absoluto.
—¿Una humana? —preguntó una susurrando a la otra, con una voz seductora y fría a la vez, que parecía jugar con cada palabra, como si disfrutara de mi incomodidad.
Las mujeres que dirigían el grupo, me hicieron una señal para que las acompañara, caminé tras de ellas mientras que las dos chicas con miradas llenas de desprecio, seguían cuchicheando entre susurros. Estaban seguras de que yo no era más que una humana infiltrada en su mundo.
—¿Te imaginas la cara que pondrá Tatiana cuando se entere de que Christian la trajo?
Se reían burlonas sabiendo que yo podía escucharlas. Yo me preguntaba qué sería de mí si no lograba ser aceptada entre ellos. Si eso sucedía, posiblemente obligarían a Christian a matarme. Aunque el fuese el alfa, no podía ir en contra de la voluntad de su manada solo para defenderme. En ese momento, tuve un choque de realidad y entendí en lo que me había metido. El miedo a lo que sucedería si me rechazaran, comenzó a atormentarme.