Entonces, en ese silencio cargado de tensión, Christian inclinó su rostro hacia mí, a punto de sellar ese momento con un beso que sería mucho más que un simple acto de seducción. Mientras nuestros labios se rozaban, sentí que la noche misma se detenía, y con ella, toda la historia que se había venido construyendo.Pero justo en ese instante, un sonido agudo, casi como un silbido, cortó la quietud abruptamente. Christian se detuvo, su respiración se disipó y sus ojos se enfocaron en la oscuridad que nos rodeaba. La tensión en el aire, que parecía vibrar con cada latido de mi corazón, se multiplicó en un instante. La imagen de la figura que había aparecido antes, la que había llegado de la nada con esa presencia inquietante y llena de malicia, resurgió en mi mente con fuerza.—¡Christian! —llamó una voz firme, proveniente de un hombre, alguien que luego entendí, venía del grupo de seguridad.La formalidad en sus palabras y su tono de voz me dio a entender que era uno de los generales, u
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