El trato oscuro

La noche en el bosque era un manto de sombras y silencio, solo interrumpido por el suave crujido de las hojas y el aire frío que se filtraba entre los árboles. Yo, Lina, de rodillas en el suelo, sentí la mirada del alfa imponer un peso, como si pudiera atravesar mi piel con esa intensidad. La figura de Christian se alzaba imponente, cada músculo en su cuerpo parecía una promesa de poder, y su sonrisa, cargada de arrogancia y calculada con crueldad, me dejaba sin aliento.

—¿Cuánto estás dispuesta a pagar, pequeña loba? —susurró Christian, su voz profunda y llena de una malicia que me helaba la sangre—. Porque no te equivoques, yo no doy nada sin un precio, y tú vas a tener que pagar uno muy alto para que te ayude a salir de esto.

Sentí cómo el miedo se mezclaba con la rabia en mi pecho. Sabía que sin ayuda, mi misión de justicia sería imposible, pero aceptar lo que Christian me ofrecía significaba entregarme por completo, sometiéndome a un poder que desde hacía tiempo me producía una mezcla extraña de fascinación y repulsión. A mi alrededor, el silencio parecía expectante, en una silenciosa prueba de mi voluntad.

—¿Qué quieres a cambio? —pregunté, tratando de mantener la voz firme aunque en mi interior desgarraba la incertidumbre.

Christian caminó lentamente hacia mí, como un depredador que se aproxima a su presa. La sonrisa que dibujó en sus labios era fría, calculadora, y en sus ojos aún había un toque de diversión. Era evidente que disfrutaba del momento, de mi vulnerabilidad.

—Yo quiero algo que tú todavía no entiendes, pequeña. Quiero que sepas que en este trato, tú y yo compartiremos algo más que palabras y promesas —dijo, con un tono casi seductor—. Quiero tu total confianza, tu completa entrega. Solo así, juntos, podremos descubrir quién fue el traidor y detener la caza que te acecha.

Las palabras de Christian retumbaron en el silencio de la noche. Sentí un escalofrío recorrer mi espalda, pero también una chispa de voluntad que me impedía rendirme por completo. Sabía que era el único camino, aunque también intuía que aquel trato me convertiría en algo que nunca había deseado ser.

—¿Y qué cosas… —empecé a preguntar, aunque casi temerosa— ¿me exigirás?

Christian se acercó todavía más y, con una sonrisa condescendiente, me levantó suavemente el mentón con un dedo.

—Primero, que te sometas a mí —susurró, bajando la voz—. Necesitarás aprender quién manda aquí y quién puede dictar las reglas. Solo así, podrás confiar en que te ayudaré de verdad.

Tragué saliva, sintiendo que cada palabra suya era una marca en mi alma, una humillación que yo preferiría evitar. Pero también sabía que para sobrevivir, debía aceptar ese primer paso. No podía confiar en nadie más, y la esperanza de justicia valía más que mi orgullo propio.

—De acuerdo —susurré, casi con un aullido contenido—. Lo acepto.

Christian rió con suavidad, disfrutando de mi derrota momentánea, y con un gesto decidido, pasó su mano por mi rostro y me obligó a alzar mi barbilla. La proximidad era casi insoportable. La cicatriz que recorría mi mejilla parecía aún más visible en la penumbra, pero en sus ojos, yo vi algo diferente. Entre el odio y la arrogancia, había una chispa de algo inesperado: atracción.

—Muy bien, loba —dijo con esa voz profunda—. Pero esto no termina aquí. Ahora, te enfrentarás a tu primera batalla de poder y dominación. Será una prueba, y solo quien tenga el control podrá salir de ahí con vida.

Christian cerró los ojos por un momento, como si concentrara toda su energía en esa especie de ritual silencioso. La atmósfera se volvió casi insoportablemente tensa, y en esa quietud, sentí cómo una oleada de calor y presión comenzó a envolverme. Era como si un torrente invisible intentara invadir mi mente, mis pensamientos, mis sentimientos, ajeno a mi voluntad. La lucha interna era intensa: mi espíritu quería resistirse, gritar, luchar; mi energía en esa especie de ritual silencioso. La atmósfera se volvió casi insoportablemente tensa, y en esa quietud, sentí cómo una oleada de calor y presión comenzó a envolverme. Era como si un torrente invisible intentara invadir mi mente, mis pensamientos, mis sentimientos, ajeno a mi voluntad. La lucha interna era intensa, mi espíritu quería resistirse, gritar, luchar; mi cuerpo, sin embargo, empezaba a reaccionar de manera diferente, como si en ese enfrentamiento él estuviera alcanzando algo más que su fuerza física.

En mi mente volaron imágenes de todo lo que había sido, mi vida en la manada, con mis amigos, mi familia, mi hogar, mis voces, mis memorias, esas conexiones telepáticas que me sujetaban y que había evitado a toda costa desde que decidí no transformarme.

Pero Christian no era un hombre-lobo cualquiera. Era un alfa poderoso, un maestro en manipular mentes y dominar voluntades con solo su presencia. Y ahora, con esa posesión silenciosa, estaba intentando quebrar mi resistencia.

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