—No mezcles las cosas —murmuró Trina, con voz temblorosa.
—¿Por qué no? —susurró él, con aliento cálido en sus labios—. La vida es una mezcla, Trina: de luz y oscuridad, de placer y dolor, de verdad y mentiras. Y entonces la besó. Fue un beso abrumador, que buscaba silenciar sus preguntas, ahogar sus dudas en una espiral de sensaciones. Trina se aferró a él, sus manos enredándose en su cabello, sus labios respondiendo con la misma intensidad. El placer era una droga, una forma de escapar de la verdad, de la complejidad de Alejandro. Él la desnudó con lentitud, mirándola fijamente a los ojos. Cada prenda que caía al suelo era una capa menos de resistencia. Trina se entregó por completo, permitiéndole tomar el control, deseando ser poseída por él. Se dirigieron al dormitorio, donde la cama se convirtió en el escenario de su pasión prohibida. La noche se convirtió en una vorágine de sensaciones. Alejandro la lle