La luz tenue de la madrugada se filtraba por las cortinas de lino, acariciando con suavidad las sábanas arrugadas. Pamela permanecía entrelazada a Cristhian, aún sintiendo los ecos de la pasión que los había envuelto horas antes. Su respiración era pausada, tranquila, pero su mente no descansaba. En aquel instante en que el silencio parecía pleno, una inquietud invisible rozaba el ambiente como un susurro distante.
Cristhian, con los ojos aún cerrados, apretó suavemente la cintura de Pamela contra él, murmurando con voz ronca:
—Luz… si te pierdo, me pierdo contigo.
Ella le acarició el rostro con la yema de los dedos, deslizando una sonrisa casi imperceptible.
—Entonces no te permitas perderme —susurró.
El sonido de un portazo seco los hizo incorporarse casi al unísono.
—¿Escuchaste eso? —preguntó ella, con la mirada fija en la puerta del dormitorio.
Cristhian se levantó enseguida, se colocó una bata negra y caminó en silencio por el pasillo de mármol hasta la planta baja. Pamela, tras