El sonido de la tormenta golpeando los ventanales de la nueva casa era apenas perceptible entre los murmullos inquietos que llenaban el aire. Pamela caminaba en silencio por el corredor, descalza, con la bata de satén rozando el suelo de madera. Había intentado dormir después de calmar a Abigail tras otra pesadilla, pero algo la mantenía alerta… algo que no sabía si nacía del miedo o de la intuición.
La lluvia caía como un telón sobre el jardín y, a través de los cristales empañados, apenas se alcanzaba a distinguir la silueta de los rosales que ella misma había plantado con Cristhian semanas atrás. Todo en esa casa nueva era parte de un renacer, un intento por dejar atrás los fantasmas que los habían seguido por tanto tiempo.
Pero los fantasmas, pensó Pamela, no se van simplemente porque uno cierre una puerta. Algunos regresan, disfrazados de sombras, otros, con rostro humano.
Cristhian bajó las escaleras con una camiseta ligera y expresión tensa. La había oído levantarse. La conocía