El aire matinal en la casa nueva tenía un extraño sabor metálico. El sobre sin remitente, con la fotografía de Lina y su advertencia escrita a mano, había sido colocado dentro de una caja fuerte improvisada que Cristhian mandó instalar esa misma noche. Aún no querían involucrar a la policía. No todavía. No sin pruebas más sólidas. No cuando sabían que cada movimiento estaba siendo observado.
Abigail dormía con dificultad. Pamela apenas había pegado los ojos. Cristhian, por su parte, se había encerrado en su estudio con un café frío y un portátil encendido que apenas tocaba. No dejaba de ver la fotografía. No era solo la imagen de Lina lo que lo perturbaba, sino lo que Abigail había dicho al volver del consultorio: “El hombre del bosque… también la busca.”
Pamela entró con pasos suaves, envolviéndose en una manta fina. Se sentó frente a él, acariciando la orilla de la taza.
—¿Estás bien?
—No lo sé —respondió sin alzar la mirada—. Esta vez… esto se siente diferente. Como si estuviéramos