El aroma a madera pulida y café recién hecho se mezclaba con el tenue murmullo de la ciudad despertando. La brisa suave de la mañana acariciaba las cortinas blancas que danzaban en el ventanal del penthouse de Cristhian Guon. Pamela se giró sobre las sábanas de lino, aún aturdida por el recuerdo de la noche anterior, donde sus cuerpos se habían unido no solo con pasión, sino con una ternura peligrosa. Lo miró dormir unos segundos. El ceño ligeramente fruncido, como si hasta en sueños sus pensamientos no le dieran tregua.
—Guon —susurró, acariciando su mejilla con la yema de los dedos.
Él entreabrió los ojos, con una sonrisa adormilada.
—¿Así me vas a llamar ahora? ¿Nada de cariño? —preguntó ronco, estirando un brazo para atraerla hacia él.
—Estoy ensayando. Me gustas más como “Señor Gruñón” —bromeó Pamela, riendo cuando él la atrapó con una sola mano y la hizo girar hasta quedar sobre él.
—¿Señor Gruñón? Vas a pagar por eso, pequeña bailarina —susurró contra su cuello.
—Me