El portón de hierro de la cárcel chirrió al abrirse, dejando paso a la figura de Cristhian Guon. Sus pasos eran firmes, pero el peso de los días encerrado, de la injusticia y de la traición, todavía se reflejaba en su rostro. La libertad bajo fianza no era una victoria definitiva, apenas una tregua en una batalla que se tornaba cada vez más cruel. Pamela lo esperaba al otro lado, con el corazón golpeándole las costillas como si quisiera escapar de su pecho.
Cuando sus miradas se encontraron, todo el bullicio de periodistas, flashes y gritos inquisitivos se desvaneció. Pamela corrió hacia él, rodeando su cuello con los brazos. Cristhian la sostuvo con la fuerza de quien ha estado a punto de perderlo todo.
—Te tengo, Luz… —murmuró contra su oído, cerrando los ojos como si quisiera grabar ese instante para siempre.
—Y no volveré a soltarte, Sombra —respondió Pamela, sintiendo cómo sus palabras se quebraban en un sollozo.
Los periodistas aprovecharon el momento, los micrófonos apuntando,