Pamela caminaba descalza por el suelo de madera pulida. El crujido suave bajo sus pies era lo único que rompía el silencio de la casa nueva. Las paredes blancas, aún impregnadas del aroma a pintura fresca, parecían respirar con ella, acompasadas con el ritmo de su corazón. No había cuadros colgados ni muebles completamente instalados, pero algo en ese vacío se sentía como promesa, no como ausencia. Como el primer respiro antes de una gran función.
Desde la cocina, el sonido de risas suaves le llegaba con la calidez de un hogar recién estrenado. Abigail estaba sentada en el desayunador, las piernas colgando sin alcanzar el suelo, mientras Cristhian le explicaba cómo preparar una receta de panqueques con forma de estrella.
Pamela se apoyó en el marco de la puerta y los observó por unos segundos. Una escena que hasta hace poco le habría parecido lejana, inalcanzable, se desarrollaba frente a ella como un cuadro viviente. No podía evitar sentir cómo algo dentro de su pecho se acomodaba po